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Gili Meno: la isla de la tortuga resiliente

Al principio de los tiempos, solo existía Antaboga, la serpiente del mundo. Antaboga meditó durante largo tiempo y luego creó a Bedwang, la tortuga mundial. Ella lleva a la mundo sobre su espalda, y dos serpientes gigantes yacen sobre ella, al igual que la Piedra Negra, que forma la tapa del inframundo. El inframundo está gobernado por la diosa Setesuyara y el dios Batara Kala, quienes crearon la luz y la tierra. Sobre esa misma tierra se encuentran los cielos. Semara, dios del amor, vive en el cielo flotante. Sobre él, se extiende el cielo oscuro (lo que conocemos como espacio exterior), el hogar del sol y la luna. Los antepasados ​​viven en un cielo lleno de llamas sobre el cielo perfumado y finalmente más allá está la morada de los dioses.

Mitología balinesa sobre el génesis.



A quien madruga… el mar le ayuda. Nuestra rutina en Gili Meno


Gili Meno ha sido la isla en la que he aprendido a observar la vida del mar. Sus playas tranquilas, con la marea más o menos alta, me han regalado momentos de disfrute inolvidables bajo la superficie del agua. Y es que aquí ha sido la primera vez que he usado unas gafas de esnórquel y he gozado tanto con la novedad como cuando aprendí a nadar. 




Esta isla no cuenta con playas idílicas, ni tiene una gran diversidad de corales o de fauna marina, más bien lo contrario: las arenas están tan llenas de coral muerto que hasta que no te pones a nadar, el camino hacia el agua se hace bastante doloroso. Si la marea está baja, tienes mucho trecho que recorrer. Pronto te das cuenta de que necesitas alejarte bastante de la orilla para poder encontrar algunos pececillos y algo de coral vivo (y por estas razones, aquí los escarpines han sido muy buenos aliados). 


Sin embargo, Gili Meno nos ha dado mucho. Nos ha dado una rutina sencilla pero cargada de vida.


La isla es tan plana y pequeña que con una bicicleta la podías recorrer en menos de media hora. Era una gozada. Por fin podíamos conducir algo con calma y sin miedo a que nos arrollaran las motos. Los vehículos a motor estaban prohibidos y como “transporte público” solo podías encontrarte con carruajes tirados por caballos cuyo estado nos pareció lamentable. No pudimos contribuir con esa explotación, aunque también entendíamos que era una forma más de subsistencia. 


La isla es perfecta para recorrerla en bici



Todos los días empezaban igual. El despertador sonaba a las 5:30h de la mañana, y antes de las seis, ya estábamos en la playa aparcando las bicis y ciñéndonos nuestras gafas de esnórquel, listos para dar los buenos días a las tortugas. Tras la ablución matinal, nos sentábamos en la arena para contemplar la salida del sol y meditar. La verdad es que nos levantábamos algo perezosos (yo más que Andreu), sin querer soltar del todo la almohada, pero contemplar aquella escena valía la pena. 


A esta hora podíamos evitar a los grupos de otros turistas que provenían de otras islas y que venían en masa a hacerse fotos con la preciosa escultura Nest (en español, “nido”) que creó el artista Jason deCaires Taylor para sumergirla bajo el mar. La escultura simboliza la vida y la continuidad del ciclo vital, y consta de 48 figuras humanas esculpidas a tamaño real y dispuestas en círculos. Las figuras masculinas abrazan a las femeninas y, en un círculo concéntrico, se encuentran tumbadas y en posición fetal el resto de las figuras humanas. Cada una de ellas fue esculpida en base a una referencia real, de esta manera se hacían únicas. A mí me parecía que incluso alguna de ellas te miraba fijamente a los ojos cuando te acercabas. “¿Será que volcaron cemento sobre una persona real?”:  eso es lo que llegué a pensar en algún momento.


Escultura NEST de Jason deCaires Taylor



Visitar una y otra vez este lugar se convirtió en una actividad ineludible casi todos los días de nuestra estancia en la isla. Andreu era el que más aguantaba en el agua, siempre cautivado por alguna forma de vida marina que le llamara la atención. Y por supuesto, poder nadar con las formidables tortugas (las más grandes que yo he visto hasta ahora) era una de sus principales motivaciones. Él las describe de una forma con la que no puedo estar más de acuerdo: estas tortugas tienen una expresión apacible de bondad, de mansedumbre. Si uno las observa detenidamente, en sus ojos negros se atisba una chispa de venerable sabiduría. Verlas nadar es fascinante. Sus movimientos tranquilos, sus gráciles maniobras… Su mera presencia te llena el corazón y te hace conectar con un sentimiento genuino de alegría. Una alegría fresca e inocente, como la de un niño que se ríe sin motivo aparente, pero pura y real como la brisa que llena mis pulmones.


Puesta de sol desde el interior de la isla



El homestay donde nos alojamos cumplió muy bien con las expectativas: una cama, un cuarto de baño privado con su ducha de chorro finísimo y agua fría (lo habitual para lo que solemos pagar en este viaje), y un desayuno incluido en el precio que disfrutamos muchísimo. A las ocho de la mañana, después de la primera inmersión y el paseo de vuelta en bicicleta, el señor Densi (el propietario del hospedaje) nos esperaba con una tortita de banana recién hecha, una abundante ensalada de frutas a base de papaya, plátano, fruta del dragón y piña, y nuestro kopi o café (más oscuro y denso que el mar en una noche sin luna). Como me gustan los riesgos, tomé ese café cada día sin excepción.


El resto de las comidas las hicimos en otros restaurantes o warungs de la isla. Explorar los sitios más recónditos y mejor adaptados a nuestro presupuesto era algo que nos motivaba bastante: a ver qué tal este gado-gado, a ver cuán picante está este nasi goreng, o a ver qué tal hacen aquí el satay… Por si a alguien le interesara, estos fueron nuestros favoritos: el Jizzy Warung, el Pak Man Warung y el BeFamily. En este último nos sorprendió que contara con un horno de piedra para hacer pizzas. Obviamente, sucumbimos a ese invento italiano en más de una ocasión.


Nasi Goreng y Gado gado en el Jizzy warung


Fue en uno de estos restaurantes donde hicimos un nuevo amigo, Salvador. Un hombre natural de Sicilia, profesor jubilado y con un espíritu bastante juvenil y viajero. Con él entablamos largas conversaciones que versaban entre la ética del viajero, la geopolítica y las anécdotas de su larga trayectoria como mochilero por el mundo.


También conocimos al señor Pac Man, el propietario de un warung (en el que comimos realmente bien y a buen precio) y que, además de gestionar el negocio, también era un “hombre medicina”. Su sonrisa dejaba ver una dentadura perfecta y además estaba musculado. Mientras tomábamos nuestro plato de arroz y gado-gado un día nos comentó que había aprendido ciertas artes curativas y que las ponía a nuestra disposición si lo necesitábamos. No dudamos en aprovechar la oportunidad y propuse a Andreu como conejillo de indias, ya que por aquel entonces sufría ciertos problemillas de estómago.

Os dejamos una foto de la sesión.


Conejillo de indias Andreu junto a Pac Man dedos de hierro


Apreciando los contrastes de Gili Meno


Perderse por los caminos de tierra es otro placer que concede la isla. Pedaleando con mi bicicleta desde una hora temprana pude observar cómo se desarrolla la vida de la gente local. Antes del amanecer, prácticamente todo el mundo ya estaba en pie para entregarse a sus quehaceres. Las mujeres abrían sus tiendas de comestibles y productos de primera necesidad; los niños, vestidos con sus uniformes, caminaban arrastrando sus pies hacia las escuelas; algunos hombres acudían a la mezquita del pueblo para la segunda oración del día. Casi todas las cabañas desprendían el aroma del arroz recién hecho, sería una olla para toda la familia, para todo el día. Dependiendo de sus recursos se cocinaba en una hoguera directamente en el suelo, o en una cocina de gas. De vez en cuando teníamos que esquivar a los transportistas que iban en carruaje, que hacían trotar a sus caballos exhaustos y algo famélicos para hacer llegar sus mercancías.  Y a medida que te acercabas a la costa, apreciabas el cambio de paisaje: en vez de cabañas y terrenos poblados de gallinas y gallos sueltos, con gatos y perros salvajes, ibas encontrándote con líneas de resorts con piscinas que nada tenían que ver con la vida isleña que habías apreciado minutos antes, en el corazón de esta tierra flotante. Era la otra cara de Gili. 


No voy a esconder que hubo momentos que me hicieron dudar de alargar la estancia en esta bonita isla. El sobresalto que nos dio la oración de las 4 de la madrugada mientras dormíamos, por ejemplo, fue algo que me generó dudas. Solo hay una mezquita en la isla, pero está provista de suficientes altavoces para asegurar que el mensaje llegue a cada rincón. Y, sin embargo, al establecer una rutina de estudio, ejercicio, bici, playa, exploración terrestre y acuática… acabábamos tan rendidos al anochecer que el resto de los días casi no nos inmutamos con la llamada del Fajr (oración matinal).


Otra impresión que no resultó ser muy buena fue nuestro primer paseo por la isla. Habíamos leído que Gili Meno era la más tranquila de las tres islas Gili que forman el archipiélago, pero más que tranquila, en nuestro primer día allí yo habría usado más bien adjetivos como “lánguida”, o incluso “mortecina”. Nos pareció que era una tierra en ruinas, yerma, baldía, arrasada por alguna catástrofe natural. Muchos terrenos abandonados, cabañas con los techos hundidos, basura y ruinas medio quemadas en hogueras. Nos era difícil imaginar que allí pudiera vivir gente. Pero enseguida nos deshicimos de aquella primera imagen puesto que, como ya os comentaba, Gili Meno escondía mucha vida en su interior. 


Más tarde supimos que en 2018 las Gili y la isla de Lombock habían sufrido un gran terremoto de 7.1 en la escala Richter. Además de la pérdida de muchas vidas, los habitantes de Gili Meno lidiaron más tarde con el aislamiento producido por la pandemia y la falta de turismo, que había sido la principal actividad económica en la isla durante la última década. Entendimos pues que aquella sensación de “tierra desierta” era algo real y natural después de tantas adversidades.


Nuestra cita diaria con la puesta de sol era ineludible


Ahora que la conozco un poco puedo decir que Gili Meno se parece a una gran tortuga descansando en el mar. Sobre ella se despliega la vida de sus habitantes, con calma, con el ritmo de los ciclos naturales. No querría romantizar el estado de pobreza de su gente, pues aquí se vive con dificultades que son muy evidentes y con una gran falta de acceso a recursos (tanto materiales como sociales). Pero hay algo en la forma de estar en el mundo de estas personas que me hace pensar que para ellos el concepto de “progreso” tiene un sentido diferente al mío. ¿Qué necesitan para vivir mejor? Eso solo lo podrán saber y definir ellos mismos. Hay algo que caracteriza esa forma de enfrentar el día a día: están tan expuestos al sosiego de un mar en calma como a la furia de los terremotos y sismos marinos. Saben que son vulnerables. Viven al día. Si algo muere y se destruye, con paciencia vuelven a reconstruirlo. Es una resiliencia que no es difícil de entender. Y por supuesto, no dejan de lado su parte devocional. Por supuesto, la vida religiosa está ahí, estructurando los días. Pero siento que independientemente del Dios al que deciden rezar, la espiritualidad y el sentido de trascendencia es algo muy presente en este lado del mundo.


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